Todos los años, miles de españoles se dan cita para ver el Sorteo Extraordinario de Navidad de la Lotería Nacional. Algunos con sus décimos en casa, mientras otros prefieren esperar hasta el último día para hacer “cola” en algunas de las administraciones de barrio, y con ello, poder oler más de cerca el espíritu navideño.
Este Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad es tan famoso entre los españoles, que incluso cuenta con seguidores que no suelen participar en otros juegos de azar. De hecho, del 73,9% que compra un boleto para el 22 de diciembre, solo el 10% de los consumidores juega de manera habitual.
Pero, ¿Por qué la fiebre por la lotería? Y más aún ¿Por qué un 63% de la población residente en España compra lotería del Estado en estas fechas señaladas? Sigue leyendo y entérate.
La irracionalidad frente a la compra del décimo
Las estadísticas juegan en contra de los ciudadanos. Solo el 5% de los números resultan premiados y el 10% recupera lo invertido, mientras que el 85% no gana nada. Sin embargo, pese a que la probabilidad de que te toque sea escasa, la ilusión y la esperanza le ganan la partida a la racionalidad.
De hecho, la Lotería Dulcinea de Oro, que viene cerrando quinielas desde 1979, nos comenta que la compra de lotería en el Sorteo Extraordinario de Navidad se ha incrementado en los últimos años. Mientras que en el 2013 se vendieron 2.362 millones de euros en décimos y participaciones, un año más tarde ya superaba los 2.462 millones y luego, las cifras obtenidas llegaron a aumentar a los 2.584 millones de euros. Así, un español promedio se gasta de media 63.80 euros en lotería al año.
Sin embargo, este gasto no se manifiesta por igual en todas las ciudades de España. Según los últimos datos, la zona norte y el interior de la penínsulason las que más gasta por personas.Por ejemplo, Soria es la provincia que más consume por habitante, siendo el gasto medio el de 204.39 euros por persona, luego le sigueLéridacon 129,48 euros por habitante, y en tercer lugar se encuentraHuesca con 101,45 euros.
La tradición del juego
Según el profesor de sociología de la Universidad Carlos III y autor de un estudio sobre el juego en España, José Antonio Gómez Yáñez, la respuesta es sencilla:
Entre los diversos factores que motivan a los españoles a jugar un décimo, el primero que destaca es el de la tradición: “los ciudadanos percibimos el comienzo de la Navidad a partir del 22 de diciembre”, inicio que viene marcado por el anuncio del número ganador.
Esta costumbre se ve en los hogares desde niños, lo cual motiva al comprador a mantener la tradición para sentir “el espíritu navideño” a lo largo de su vida.
Por otro lado, está ese miedo de que pueda ser premiado otra persona cercana a nosotros que ha comprado el décimo: un amigo, un familiar, vecino, compañero de trabajo… etcétera, y no a nosotros. Dicho factor motiva a este 63% de personas que sólo compran en Navidad y es lo que los expertos denominan como “envidia preventiva”.
Además, muy ligado a la “envidia preventiva” se encuentra también la presión social. Existen muchas asociaciones, sindicatos o clubes deportivos, entre otros, que aprovechan el consumo de la lotería en diciembre y venden boletos de forma conjunta. De esta manera si el número resulta premiado, todos aquellos que han participado se beneficiarán. Lo cual hace que la gente sienta que sería un desperdicio no participar ante semejante oportunidad
La psicología detrás de la compra de la lotería
La razón que se esconde detrás de esta fiebre por la lotería es esa capacidad que tenemos de imaginar y activar emociones, aunque no las hayamos experimentado aún en nuestra propia piel:
“Es una capacidad muy importante y única del cerebro humano. Si te cuento que el otro día cuando me iba a bañar, vi de repente que me subía una enorme araña por la espalda, seguramente te dará repelús sólo de pensarlo. Los humanos tenemos la posibilidad de activar nuestras emociones sin que pasen las cosas de verdad gracias a nuestro sistema emocional que, por un lado, anticipa el miedo de quedarnos sin un décimo y que luego toque en nuestro barrio o en el trabajo. Y por otro lado, activa la alegría y la satisfacción de ‘y si nos tocara’”, explica Morgado, catedrático de psicobiología en el Instituto de Neurociencias de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB)..
Esto porque la dopamina, que funciona anticipándonos que se vamos a disfrutar de un placer, alertándonos y preparándonos para ello, pone en marcha una serie de cambios en el cerebro, así como la cascada química de neurotransmisores, opiáceos endógenos, que finalmente son los que nos generan la sensación placentera al imaginar que nos pueda tocar.
Por otro lado, también están aquellas experiencias de nuestra vida que consideramos transcendentes y que activan en nuestro cerebro una especie de botón de recompensas. “La evolución nos ha cableado para que sintamos placer con una gran variedad de experiencias, desde meditar a masturbarnos, saborear un cabernet-sauvignon o comernos un buen plato de carne”, señala David L. Linden, profesor de neurociencias de la Escuela Universitaria de Medicina John Hopkins, editor jefe de Journal of Neurophysiology y autor de La Brújula del Placer (Ed Paidós, 2011).
La lotería, el chocolate, rezar, bailar y ser generosos, por mencionar algunas, activan señales neuronales que convergen en un pequeño grupo de áreas interconectadas, situadas en la base del cerebro, que nos hacen experimentar placer y determinan nuestra conducta.
Para poder sobrevivir y reproducirnos, la evolución nos ha dotado de un mecanismo de recompensas que nos empuja a realizar conductas básicas como comer, beber, copular. El placer es esencial para el aprendizaje de comportamientos esenciales para la supervivencia. Ese circuito está interconectado con otras áreas del cerebro y eso es lo que permite asociar el placer con recuerdos, emociones, significado social.
Así, las relaciones sociales también activan ese sistema de recompensas. Cuando compartimos algo con otra persona, somos altruistas, generosos y empáticos, por lo que nuestro cerebro se inunda de vasopresina, una hormona que nos hace sentir bien.
Esto explica porque, a diferencia de otros juegos de azar, como las quinielas o incluso el cupón de la ONCE, que son de carácter individual, la lotería de Navidad gusta tanto porque más bien “tiene la particularidad de que es un fenómeno social. Normalmente no juegas solo, sino que lo haces con la familia, los amigos, los compañeros de trabajo y eso hace que intervenga una dimensión social que activa el circuito de recompensa y motivación, que nos produce placer”, señala Òscar Vilarroya, neurocientífico del departamento de psiquiatría y medicina legal de UAB e investigador de la Fundación IMIM.
Incluso, podemos decir que no jugamos para ganar. Sabemos que la posibilidad de hacerlo es remota. Jugamos es por la experiencia de compartir con otras personas, de imaginarnos qué pasaría si ganásemos, sentir empatía por los ganadores de ese año, pensar que podrías haber sido tú o tu familia.
“Este proceso social de experiencia compartida es específicamente humano y tiene que ver con la ultrasociabilidad de nuestra especie, que activa los mismos procesos neurocognitivos que la adicción en el juego o las drogas, el circuito de recompensa y motivación”, añade Vilarroya, quien también apunta que “la sociabilidad es una capacidad que llevamos innata y que se desarrolla en nuestra especie más que en ningún otro mamífero. Compartir la experiencia, disfrutar de estar con la gente, reír con los demás, imaginar con los otros que nos ha tocado, estamos cableados para que todo eso nos haga sentir felices, bien”.
Así mismo, este tipo de recompensas más emocionales que de carácter monetario, son las que hacen que nos encante jugar y arriesgar, aunque no ganemos al final. Para el cerebro la incertidumbre en sí misma también puede ser una buena recompensa. De hecho, saber vivir y experimentar esta incertidumbre “era un atributo muy útil evolutivamente para empujarnos a empresas de alto riesgo y alta recompensa”, dice el neurocientífico David Linden.
Solo uno de cada cuatro no juega a la lotería en Navidad
Si es verdad que la mayoría de los españoles siguen la tradición de la lotería de Navidad, pero ¿Qué pasa con aquellos que no se dejan llevar por ninguna de las razones anteriormente expuestas?
Primero, estos no compradores representan solo entre el 25% y el 29% de los españoles; y las razones para no participar se encuentran “una visión muy negativa del juego”, e incluso porque “lo consideran un vicio”.
También hay un grupo de personas que aunque no poseen un sentimiento de rechazo total al juego, son más racionalesy barajan qué probabilidad existe de que resulten premiados.
En conclusión, con el ticket de la lotería lo que estamos comprando es la experiencia de continuar una tradición que nos recuerda a nuestra infancia en familia, que nos une y nos permite compartir con nuestros allegados y que nos regala la ilusión y la expectación de que pueda sucedernos el milagro.