El ser humano siempre ha cuidado su aspecto

La estética es uno de los factores más importantes de nuestra sociedad, y a pesar de que muchos pensamos que no debería serlo, la realidad es que cada vez son más las mujeres y hombres que se someten a diferentes tratamientos para mejorar su imagen física. Sentirse bien con uno mismo por fuera y por dentro nos hace tener mejor estado de ánimo pero hay una línea que jamás deberíamos cruzar y que suele llevar a quienes la cruzan a sufrir una enfermedad llamada dismorfofobia, la adicción a la cirugía estética.

Para ayudar a la población, las clínicas de medicina estética realizan una serie de tests o análisis psicológicos para descartar esta enfermedad en sus pacientes, asegurándose así que al acceder a realizar un tratamiento en esa persona  no están fomentando aún más su problema mental. En Beyou nos confirman que todos los pacientes de los que se tiene la más mínima sospecha, han de pasar por un estudio psicológico antes de proceder a hacerse cualquier tipo de cirugía estética.

Pero esto ha existido desde hace muchísimos años. Lógicamente, hace miles de años, la dismorfofobia no existía porque la cirugía estética tampoco estaba ahí para que alguien fuese adicto, pero el mismo peligro tenía la obsesión por la belleza, que llevaba a que quien lo sufría tenía problemas similares adaptados a los avances de cada época, entendiendo como avances las últimas novedades que, en cada civilización, un experto aseguraba que mejoraban el aspecto de nuestra piel o de nuestro rostro, como el caso de Cleopatra y sus baños en leche de burra.

Tratamientos estéticos antiguos

A día de hoy sería impensable realizarnos este tipo de tratamientos por muchísimos y diferentes motivos, pero resulta curioso conocerlos:

  • Las mujeres usaban plomo y azufre para teñirse el pelo ya que comprobaron que los colorantes vegetales no duraban mucho. Fueron los griegos y los romanos quienes empezaron a usar el plomo, la lejía o el azufre para tintarse el cabello, sin saber qué efectos nocivos tenía eso en su salud. Pero la cosa no cambió mucho en años posteriores, de hecho en el S.XVIII algunas mujeres seguían usando la lejía o el cobre para tintas sus cabellos.
  • Si las mujeres de hace un par de siglos querían agrandas sus mamas, se sometían a cirugías que introducían marfil, bolas de vidrio y goma molida en sus senos.
  • En la antigüedad, el estiércol se usaba para curar diferentes enfermedades. De hecho, en la antigua Grecia, las mujeres insertaban excrementos de cocodrilo en su vagina para usarlo como anticonceptivo. En Egipto, los guerreros se untaban de estiércol animal sus heridas para curarlas.
  • En la Edad Media, los médicos creían que perforando la cabeza mediante una técnica denominada trepanación, podrían ahuyentar a los malos espíritus, por lo que muchos de sus pacientes se sometían a esta cirugía. Pocos sobrevivían.
  • La mujer egipcia no se exponía al sol para evitar las arrugas, algo que luego ha seguido muy vigente en civilizaciones muy posteriores asiáticas.
  • En el antiguo Egipto se usaba mucho maquillaje, tanto entre hombres como entre mujeres, y se usaba un polvo negro que se obtenía de la galena, el khol. Este polvo no solo servía para maquillar sus ojos, sino también para protegerse de enfermedades oculares. También usaban sombra verde que se obtenía de la malaquita. Para oscurecer sus cejas y pestañas mezclaban el khol con agua y aplicaban la mescla. Los labios se maquillaban con pincel o dedo gracias al óxido de hierro humedecido.

Pero también debemos comprender que lo que se considera culturalmente bello ahora puede que no lo fuera entonces y viceversa. Por ejemplo, en los cuadros de Rubens podemos ver a mujeres orondas sonrientes, desnudas y con ropajes, porque esas redondeces eran hermosas para la cultura del momento y, ahora, sin embargo, nuestra cultura nos dice que en la delgadez es donde encontraremos la belleza.

Así pues, en la Grecia antigua, tal vez nosotros no fuésemos considerados hermosos. Por ejemplo, las mujeres con grandes posaderas eran consideradas muy atractivas, de hecho, cuanto más grandes tuvieras las caderas y más blancos fueran tus brazos, más hermosa eras en ese momento.

También eran muy fans de las pelirrojas los griegos, aunque es curioso comprobar cómo, posteriormente, ser pelirroja se convirtió en una especie de maldición.

Ahora bien, era mejor no ser demasiado bella, pues se consideraba que las mujeres demasiado hermosas eran malvadas. Digamos que en el término medio estaba la virtud así que si tenían un bonito atributo era mejor esconder un segundo, por si acaso.