Vivimos en una época en que no hacer nada tiene “mala prensa”. Nos cuesta olvidar la agenda incluso el fin de semana y parece que no tener nada que hacer nos convierte en personas carentes de valor. Por lo menos del valor productivo, que hoy en día parece ser el único que importa.
Basándonos en este aspecto podemos decir que hay dos tipos de personas: los que se pasan el día procrastinando, alargando el tiempo entre tarea y tarea, y los que son incapaces de tener un minuto libre, y si acaso lo tuvieran, ya se encargarían de encontrar algo que hacer con él. Es curioso, como nos señalan los profesionales de Lavatur, como se puede diferenciar fácilmente a este tipo de personas incluso cuando están haciendo algo tan cotidiano su colada. Hay quienes se toman ese tiempo de desconexión para leer un buen libro, escuchar música…y luego están los que no son capaces de estarse quietos, hacen una llamada, siguen trabajando con el ordenador, reorganizan una y otra vez la agenda…
Esta necesidad de llenar cada minuto de su tiempo responde en muchos de los casos al miedo a no hacer nada. Para algunas personas, el hecho de tener tiempo libre, no estar ocupados haciendo algo, enfocados en una actividad concreta y bien concentrados, supone una fuente de estrés, incluso de ansiedad. En concreto para las personas que tienden a ser muy perfeccionistas, llenar su tiempo constantemente y no tener un segundo libre es el elemento que les aporta la sensación de estar cumpliendo con las expectativas que los demás y ellos mismos tienen sobre su persona.
Sin embargo, en otros casos, la necesidad de llenar nuestro tiempo libre puede ser una señal de que estamos evitando estar a solas con nosotros mismos y con nuestros pensamientos. El problema de tratar de evitarlos es que las emociones que los acompañan siempre terminan saliendo a flote, y las intentamos tapar de manera poco adaptativa, evitándolas, es posible que aparezcan en forma de ansiedad, algo que está completamente fuera de nuestro control.
Se trate de una u otra opción, lo importante es conocer cuál es la motivación que nos lleva a no querer parar. Reflexionar sobre la verdadera razón que nos impulsa a hacerlo puede llevarnos, con el tiempo y la constancia, a elegir aquello que realmente nos gusta y nos gratifica.
Nueva fobia
Algo tan sencillo como disfrutar de las vacaciones es, según los terapeutas, un privilegio que no todos saben o pueden disfrutar, en su justa medida. Esto se debe a la influencia que recibimos de una sociedad que impone la necesidad de ser productivos, parece que si siempre tenemos algo que atender es adecuado que se nos valore y se nos de reconocimiento.
Socialmente hemos llegado al punto el que estar siempre ocupado, no tener ni un minuto libre, contestar una llamada para decir “tengo mil cosas que hacer”, nos añade un tanto positivo y nos eleva unos cuantos peldaños en el escalafón social.
Nadie sabe cuándo empezó a ser así, pero la realidad es que ha habido épocas en que tener tiempo libre estaba mal visto porque se suponía que el éxito era proporcional al tiempo que cada uno dedicaba a sus actividades. Se admiraba a quienes a penas dormían y comían en sus trabajos en unos minutos, porque ellos serían los futuros triunfadores. Así, quien no conseguía lo esperado, era culpado de haber hecho lo suficiente. Si no triunfabas es porque no te habías esforzado.
Estos antiguos patrones siguen impregnando a personas con personalidades predispuestas a ello. En casos extremos, se llega a producir una sensación de vacío y de angustia cuando antes situaciones de ocio, en las que disfrutar del tiempo libre debería ser un placer. Las personas que sienten miedo y ansiedad ante estas situaciones sufren de ociofobia, un proceso patológico que si bien no aparece como tal en el manual diagnóstico DSM-5, no sería extraño que más tarde o temprano se incorporara.
En concreto, podemos definir la ociofobia como un trastorno de ansiedad cuyas crisis suelen debutar en forma de ansiedad anticipatoria mediante síntomas que sobrevienen sobre todo en las vísperas de las vacaciones y los fines de semana. La principal angustia de estas personas surge por el miedo irracional que les supone la pérdida de control, al no tener su tiempo planificado y ocupado. Además de la ansiedad, quien sufre la ociofobia tiende a sentirse culpable al vivir que el tiempo libre es la pérdida de la ocasión de hacer algo productivo.
El origen de esta creencia irracional la encontramos tanto la sociedad industrializada como la educación recibida desde la infancia o la predisposición individual a comportarse con una responsabilidad desmesurada.
¿Qué podemos hacer? Pues la respuesta es sencilla: no hacer nada. A las personas que intentan superar este trastorno se les aconseja que empiecen dejando una hora de su día en la que sean capaces de no hacer nada. Es necesario ejercitar al cuerpo y la mente en ese “no hacer nada”, interiorizando que paradójicamente estamos haciendo algo, que es desconectarnos del estrés y de los propios miedos.